– Iré yo. – Dijo Teresa terminando el debate que se había generado para ir a recoger a su abuelo Alfredo a un pueblecito de Jaén.

– ¿Estás segura hija? – le preguntó su padre con cariño.

– Sí papá, por lo que veo todos tenéis una vida muy ocupada. – Contestó de forma irónica. Sus tíos y primos habían expuesto un montón de excusas ridículas. Sabía que tantas horas de viaje con el abuelo podían ser intensas, pero también geniales y ya que nadie quería parar sus vidas un par de días, decidió aprovechar la oportunidad para pasar tiempo con su abuelo. Hacía mucho que no lo tenía para ella sola. Disfrutaba mucho de su compañía y de sus miles de aventuras, las cuales ya se sabía de memoria.

Una vez solucionado a lo que habían ido a tratar, todos empezaron a charlar, pero a Teresa no le importaba lo más mínimo, así que se disculpó y se fue a su despacho a organizar su agenda para poder ausentarse unos días.

Alfredo había sufrido una caída en su casa hacía unos meses, no fue nada grave: se desmayó por una bajada de azúcar. Pero el golpe le provocó un esguince de muñeca y de tobillo. Lo malo fue el susto que se llevó Teresa, cuando llegó y le encontró en el suelo se temió lo peor. Había ido a pasar el fin de semana en el pueblo como hacía cada vez que podía. Menos mal que se quedo todo en un susto.

Pero desde ese día sus hijos y nietos estaban muy preocupados, todos vivían en Madrid y él se encontraba solo en el pueblo. Pese a las reticencias de sus hijos, decidió pasar el tiempo que le quedaba en su pueblo natal, allí se encontraba en casa. Cuando el amor de su vida se fue, se quedó roto, solo quería volver a sentir una nueva ilusión y volver a su casa. Esa casa donde se crío y en ese pueblo en el que conoció a la mejor compañera de aventuras que podía soñar, su luz y alegría, Luisa. Desde que la vio supo que era especial, pero no sabía cuánto…  ella no dejó de sorprenderle nunca, vivieron juntos experiencias increíbles que nunca se imaginó.  

Su familia llevaba ya mucho tiempo presionándole para que se fuera a Madrid, a pesar de que no quería ser una carga, sabía que era por la tranquilidad de su familia y la familia debe hacer equipo. Y sabía que el amor viaja contigo vayas donde vayas. Así que había alquilado un piso de una habitación, cerca de donde vivían sus dos hijos mayores. Podría tener su espacio y dedicar su tiempo a lo que quisiera, pero teniendo cerca a su familia. Solo había puesto una condición, dejaría todo menos a su coche, un Seat 850 de color verde oliva apastelado.

Alfredo fue trabajador de una imprenta y le surgió la ocasión de comprarla. Su mujer, Luisa le había apoyado siempre y aunque supuso un gran esfuerzo para la familia, sin duda había sido una apuesta acertada. Era una pequeña imprenta con apenas 7 trabajadores, pero gracias a su buena gestión y a su trabajo constante no había parado de crecer.

Cuando se jubiló dejó las riendas a su hijo mayor, que lo estaba haciendo genial, además de estar bien formado se había rodeado de un buen equipo que había llevado a la imprenta a ser una de las más grande del país. Pero lo que mejor estaba haciendo, en opinión de Alfredo, era formar a Teresa para que fuera ella, en un futuro no muy lejano la directora de la imprenta. Era la niña de sus ojos desde que nació, quizá ser la primera nieta la hiciera más especial, quizá que eran muy parecidos en el carácter, quizá que era la que más confianza le daba y siempre estaba dispuesta a escucharle.

Teresa es una mujer con un carácter dulce pero firme, es una trabajadora incansable, tanto que su vida personal deja mucho que desear. La realidad es que a ella eso no le importa. Tiene dos grandes amigas y a su familia.  – ¿Para qué quiero más? – Responde siempre que su madre le dice que necesita conocer a más gente fuera del trabajo, tener más vida social.

Trabajar en la empresa familiar era su plan desde los 15 años, cuando su abuelo le regaló uno de los primeros libros que imprimieron en la empresa. La pasión con que le hablaba su abuelo de dar vida a las palabras o ideas de otras personas, para él era mágico y empezó a compartir esa pasión. Cada vez que cogía un libro lo cuidaba como si de una joya se tratara y es que para ella era eso, una joya. Se fijaba en la unión de las páginas, de qué material era la portada, cuántas tintas habían usado… pero sobretodo era capaz de notar el cariño que se había puesto en cada impresión. Los libros eran esos viejos amigos que nunca cambian y siempre están donde los has dejado. Se podía fiar de ellos, pero de las personas…

Cuando terminó la jornada de trabajo, Teresa fue al parking donde se encontraba su coche, para irse a casa. Se fue acercando a su Volvo XC90, llevaba un par de meses usándolo, pero aún tenía ese olor a nuevo, le encantaba sentarse en él y sentir su olor. Teresa era una mujer práctica y le gustaba sentirse segura a la hora de conducir. Cuando estaba eligiendo coche esa era su mayor preocupación, que tuviera todas las medidas de seguridad posibles. Hacía unos años había tenido un accidente, no muy grave pero lo suficiente para saber lo peligrosa que era la carretera. Su coche tenía todos los sistemas de seguridad posibles: el aviso de ángulo muerto, un asistente de salida involuntaria de carril, un asistente de velocidad y mil detalles más, que ayudaban a que la conducción fuera segura y muy confortable.  

Le tocaba ir al pueblo en autobús, había buscado más opciones, pero esa era la mejor. La idea no le gustaba nada, pero sabía que no podía ir en su coche, porque tenía que traer el de su abuelo. Una duda no paraba de asaltar su cabeza, ¿sabría conducir un Seat 850 de hace más de 50 años? Lo iba averiguar muy pronto. Silvia, su secretaria, le había estado buscando opciones y la mejor era ir en autobús. Hacía años que no subía en uno. No le apetecía nada, pero había llamado a su abuelo de camino a su casa con el manos libres y se había animado un poco, estaba tan emocionado por el viaje, que le contagió su entusiasmo. Para él era un viaje que había recorrido miles de veces con su 850 y era un regalo que le ofrecía la vida, hacer el mismo camino con su nieta.

Teresa no sabía lo que le esperaba. Después de dos autobuses y 7 horas de viaje con gente roncando y escuchando la música del que tenía al lado, estaba agotada. Había intentado trabajar, pero concentrarse fue imposible, escuchar a la mujer que tenía delante hablando con todos sus contactos del móvil no ayudó. También había intentado dormir un rato, pero cuando estaba cogiendo el sueño se le tronchaba el cuello y se despertaba. ¿Cómo lo hacía la gente? Nunca había echado tanto de menos su coche como en ese momento.

Su abuelo le estaba esperando en la parada de la plaza del pueblo, llevaba puesta su mejor sonrisa y la camisa que ella le había regalado en su último cumpleaños.

Cuando Alfredo se encontró con la mirada de su nieta sabía que el viaje había sido demasiado largo para ella, pero le sonrío. Esa sonrisa era la mejor herencia que le había dejado su abuela.

– Hola cariño, ¿cómo ha ido el viaje? ¿Un poco largo? – Preguntó Alfredo mientras esperaban a recoger la mochila de su nieta.

– ¿Un poco abuelo? No sé cómo la gente sigue haciendo este viaje en bus. Con lo cómodo que es ir en coche, haces las paradas que quieras o no haces.

– Bueno no habrá sido para tanto, además ¿cómo crees que íbamos antes a los sitios? No todo el mundo podía permitirse un coche. Y los coches no iban a la velocidad que va el tuyo. Creo que antes teníamos más paciencia que ahora, antes sabías que viajar te suponía unas horas al día y no pasaba nada, lo disfrutabas. Ahora lo queréis todo rápido y te aseguro, Teresa, que te pierdes cosas. – Reflexionó el abuelo.

– No empecemos abuelo, no me des sermones, ya me hago una idea de cómo sería antes, pero ¿por qué no voy aprovechar los avances que tenemos ahora? ¿Acaso tú, no has tenido coches modernos y rápidos? O ¿no tienes un súper móvil? – Le dijo con una sonrisa pícara.

–  Disfrutar del progreso no está reñido con valorar el pasado, al menos lo bueno del pasado, ¿no crees, cielo? – Respondió mientras cogía la mochila de Teresa.

Teresa solo pudo sonreír mientras miraba para otro lado, su abuelo tenía ese don, siempre tenía la frase perfecta que la dejaba sin poder replicarle. Pocas personas había que dejaran a Teresa sin argumentos, una de ellas era su abuelo. Quizá ella le dejaba ganar ciertas batallas, quizá él era más sabio y no había que darle más vueltas.

Fueron a casa, mientras Teresa se acomodaba en la habitación que estaba en frente de la de su abuelo, Alfredo preparaba la cena.  Cuando entró en la habitación, que siempre compartía con su hermana y primas, le rodeó ese olor familiar de verano, de familia, de comidas que se alargaban hasta la cena, de peleas por compartir juguetes, de gritos de la abuela llamando a todos a la mesa, de discusiones de su abuelo con sus hijos sobre política o sobre la empresa… ese olor de su vida. Era reconfortante y le encantaba ir a esa casa.

Pasaron tres días geniales, recogiendo todas las cosas que Alfredo se quería llevar, no podían llevarse mucho porque el coche no tenía gran capacidad. En los tiempos de descanso recorrieron las callejuelas del pueblo, saludaron a todo con el que se cruzaban y recordaron un montón de historietas. Hasta le contó a su abuelo dónde y con quién había sido su primer beso. Dejaron la casa lista para la próxima visita que prometieron hacerla pronto.

– Sigo sin entender por qué tenemos que ir en ese coche. Podías haber puesto cualquier condición y vas y pones a tu coche por delante de cosas más importantes, no lo entiendo, de verdad que no abuelo. – Le dijo Teresa mientras metía la ropa en su mochila.

– Hija, hay razones que solo entiende uno mismo. No te pido que lo entiendas, sino que lo respetes. Sé que has sido la única valiente en proponerte voluntaria para concederme este deseo, no te vas arrepentir te lo aseguro. – Respondió Alfredo dando por terminada la conversación. No pudo evitar acordarse de cuando lo sacó del concesionario, cuando recogió a Luisa la primera vez en su casa, sabía que la había impresionado. Cuando hicieron las maletas para irse a vivir a la capital, recuerda ir secándose las lágrimas mientras conducía y como Luisa aguantaba el nudo en la garganta mirando el paisaje. Recordó cuando salieron del hospital con su primer hijo, su coche les estaba esperando para llevarlos a su hogar, ese que habían construido con mucho amor y esfuerzo. La cantidad de historias vividas en ese coche solo las sabía él y su 850.

La razón de llevarse su primer coche nadie la entendería. Le dirían nostálgico, le dirían que se aferraba al pasado, nadie sabía lo que ese coche era para él…

Alfredo había llevado el coche al taller para que lo pusieran a punto para el viaje. Tenía todos los papeles en regla para poder circular con su coche, que ahora decían, que era un clásico. Desde que se lo compró le había hecho alguna mejora. Había instalado reposacabezas, el Seat 850 no los traía, los había puesto para ir más cómodo y para que ahora no le pusieran multas. Había puesto espejos retrovisores exteriores ya que solo traía el de dentro. Por supuesto no podía faltar la baca, ya que en el maletero no entraba casi nada.

Cuando Teresa salió de casa solo quedaba cargar en la baca sus cosas. Llevaba también botellas de agua y algo de fruta, con ese coche le había pasado de todo y algo que había aprendido era a ir preparado para imprevistos.

– Abuelo ¿estás listo? Cuando quieras nos vamos. – Le dijo Teresa con dulzura, sabía que era un momento difícil para él. Se dirigió al coche y se le quedó mirando. Tenía el motor atrás, no le parecía feo, pero estaba segura de que conducirlo no sería muy cómodo: no tendría ni abs, ni todos los detalles que tenía su coche o cualquier coche fabricado al menos en los últimos diez años. Pero suspiró, lo haría por su abuelo.

Alfredo miró a su casa una vez más y a su pueblo, dando las gracias por todos los maravillosos momentos que allí había vivido y estaba seguro que viviría más. Quién le iba a decir a él que a estas alturas de la vida, iba a empezar otra aventura. Nunca le habían importado los cambios, siempre sacaba algo bueno. Ver más a su familia le parecía un cambio estupendo, aunque ese nudo en la garganta le decía que dejaba mucho en ese lugar.

– Teresa estoy listo, nos vamos ya. No quiero alargar más el irnos sino creo que no lo haremos nunca. Aquí se está muy bien ¿verdad, hija? – Le dijo mirando a los olivos.

– Sin duda abuelo, el pueblo siempre es remanso de paz. Ahora viene lo mejor, conducir una tartana. Anda que no iríamos bien en mi coche abuelo. – Le dijo Teresa cogiendo las llaves para abrir la puerta del 850 verde, era la primera vez que abría un coche de esa forma, todos sus coches iban con mando, pensó Teresa.

– Claro que iríamos bien en tu coche, iríamos de lujo. Pero ¿no vas a darme este capricho? Para mí es muy importante este coche. – Respondió pensativo Alfredo.

– Algún día me tendrás que contar la historia que tienes con este coche. – Teresa metió la llave en la ranura y la giró para arrancar, en ese momento el sonido era como de una cortadora de césped, miró a su abuelo asustada.

– Jajajaja, tranquila Teresa ese sonido es normal. Así suena el motor. – Le dijo su abuelo sabiendo lo que estaba pensado su nieta.

– Dime abuelo ¿cómo muevo el asiento para conducir? Quiero regular mi espalda. – Le preguntó Teresa mientras iba colocando los espejos retrovisores que tenía a su alcance, ya que el de la derecha lo tenía que hacer su abuelo porque era manual. Se estaba empezando a poner nerviosa en ese coche.

– Cariño el asiento solo se mueve hacia delante o atrás. No tiene más posiciones. No olvides abrocharte el cinturón.

– Me estás diciendo que no puedo regular la altura, ni la espalda, ya ni pregunto por las lumbares. Abuelo me están dando ganas de bajarme y que nos vayamos en autobús. – le miró con cara de pocos amigos.

– Este coche que tiene unos 50 años, obviamente hay cosas que no tiene, lo mejor es que abras tu mente y las vayas descubriendo poco a poco. Si quieres puedo coger un cojín de casa para que estés más a gusto.

Teresa hizo lo que pudo para estar lo más cómoda posible para conducir, el sonido no ayudaba mucho la verdad, parecía que se iba a romper en cualquier momento. Entre el color verde y ese sonido no iban a pasar desapercibidos. Con lo poco que le gustaba a Teresa llamar la atención.

Se puso manos a la obra para sacar el coche del aparcamiento, pero no iba a ser tan fácil como parecía. Al girar el volante se dio cuenta de lo duro que estaba, cuando lo consiguió estaba empapada en sudor del esfuerzo.

– Un poco fuerte tenías que ser para tener un coche, jajaja. ¡Con conducir ya te ponías en forma! – Le dijo a su nieta cuando vio la fuerza que había hecho, mientras pensaba lo duro que estaba el embrague, el freno, incluso el acelerador. Le había costado más de uno y de dos tirones coger el tacto a los pedales. Eso había cambiado mucho en los coches más modernos, todo era más suave y más fácil.

Ya en carretera, Teresa se dio cuenta de que iba ser un viaje interesante a la par que desesperante. No había aire acondicionado, no era un día muy caluroso, pero un poco de climatizador no estaría nada mal, más que nada porque ni se atrevía a bajar las ventanas, sabiendo que se volvería loca con el sonido del viento y el del motor. No solo eso, sino que su abuelo le había dicho que, si la temperatura del motor subía, lo mejor era encender la calefacción para refrigerarlo. Creía que estaba de broma… pero no.

Al subirse al coche había sentido que se subía a una máquina del tiempo y que la había transportado a los años 70. En el frontal solo ponía la velocidad, eso sí, también había un gran cenicero que lo estaba usando para poner el móvil.

– Cariño, quiero parar en Navas de San Juan, hay un pequeño comercio que ha sacado adelante mi amiga Dolores con mucho esfuerzo y si no me paso a saludar antes de ir a Madrid no me lo perdonaría. Además, venden las mejores morcillas que hayas probado. ¿Te acuerdas lo ricas que le salían a la abuela? – Mientras lo recordaba se le hacía la boca agua.

– Abuelo, ¡vamos muy lentos!, no sé si te has dado cuenta de que nos adelantan camiones, si tenemos que parar casi nada más salir vamos a tardar todo el día en hacer el viaje.

– Cuanto más despacio más aprecias el paisaje. Dolores te va encantar, hazme caso. Es una parada rápida. – Convenció a su nieta para parar y comprar morcillas, la parada se hizo corta y prometió a Dolores volver pronto.

Aunque Teresa no se lo diría, sabía que le había gustado hablar con Dolores, incluso ese abrazo de una persona desconocida. Sabía que su nieta era solitaria, siempre lo había sido, pero desde que una amiga la traicionó, desconfiaba de todo el mundo, a veces hasta de su familia. Quería enseñarla que siempre habrá personas que hagan daño o se quieran aprovechar de los demás, pero si se cierra a todo el mundo, también se perderá a personas maravillosas, que dan todo sin pedir nada a cambio, que aportan luz a la vida.

Siguieron por la carretera un rato más y decidieron parar en Santa Cruz de Mudela para tomarse un café y comprar tortas de Alcázar. Si llegan sin tortas a Madrid su padre no se lo perdonaría, le recordaban a su infancia. Teresa se había dado cuenta que habían parado donde más camiones había.

 – Abuelo ¿no será mejor buscar otro sitio en el que haya menos gente? ¿Por qué dices que aquí se come bien? ¿has parado más veces aquí?  – Le preguntaba Teresa mientras buscaba sitio para aparcar, lo que le estaba resultando complicado porque estaba a tope.

– Nunca he parado aquí, que yo recuerde, pero si hay camioneros es un buen sitio. Ellos pasan muchas horas en la carretera y se conocen los mejores lugares. Ahora con internet veis la puntuación que se le da a un sitio, pero antes viendo si había camiones ya sabías que se comía bien.

Siguieron su camino en silencio. Teresa se dio cuenta de que ella siempre había hecho sus viajes con música, llamando por teléfono para sentirse más acompañada si iba sola, o charlando con sus acompañantes. Ahora que conducir suponía un esfuerzo mayor de atención, de sujeción del volante, porque como temblaba ese volante no era normal, de ir atenta a los carteles para saber por dónde ir, ya que obviamente no tenía gps y su abuelo se negaba a usar el móvil. Decía que se mareaba si lo miraba, Teresa creía que era una excusa, pero aún así no le dijo nada. Alfredo quería hacer un viaje genuino, como los de antes. No había reparado en necesitar música.

Decidieron parar en El Aprisco, cerca de Puerto Lápice, para tomarse unas tapas de queso con aceite de oliva. Además, le vendría bien estirarse un poco, les quedaban unas dos horas más para llegar a Madrid y se sentía agarrotada. Varias personas se acercaron a ellos para preguntarles por el coche, para hacerse fotos y para contarles aventuras que algunos habían tenido con sus coches.

 A Teresa le estaba sorprendiendo lo amable que estaba siendo la gente y lo divertidas que eran algunas historias que les contaban. Sin duda el coche atraía miradas, pero no de envidia, ni de desconfianza, sino miradas de nostalgia y buenos recuerdos. Ese coche tenía algo especial no cabía duda.

Su abuelo le contó que al Seat 850 le llamaron culo-pollo, que no tenía cinturones traseros porque solo eran obligatorios los delanteros (y únicamente cuando salías a carretera). Obviamente no tenía airbags, fue el coche más vendido en cinco ocasiones en España y las peleas que tenía con el mecánico porque acceder al motor era complicado, ya que el capó era muy estrecho, y le quería cobrar más.

Recordó la de veces que tuvo que parar para echar agua cuando salía humo por el motor. Que cuando hacía mucho viento tenía que parar más a menudo, porque le dolían los brazos de hacer fuerza en el volante, que salían antes del amanecer o al anochecer porque sin aire acondicionado en verano el viaje era insoportable, que había pagado 90.000 pesetas por el coche, lo que serían unos 550 euros de los de ahora, que había ido ahorrando con sus trabajos en el campo.

Después de cinco horas de viaje en el Seat 850 llegaron a Madrid. Fueron directos a casa de los padres de Teresa, el abuelo se quedaría con ellos unos días, hasta que se pudiera instalar tranquilamente en su nueva casa, que convertiría en su hogar. Allí les estaban esperando todos para dar la bienvenida al abuelo. Teresa se imaginó que sus primos lo que querían era comerse las morcillas y las tortas.

Teresa caviló que si hubieran ido en su coche habrían tardado algo más de tres horas, pero no habría conocido a Dolores, no habría hablado con gente encantadora sobre sus historias y habría sido un viaje más. Ahora sería un viaje para recordar siempre, lo guardaría con mucho cariño en su memoria. Se había sentido a gusto charlando con personas desconocidas, eso hacía mucho que no le pasaba, desde ahora pensaba dar una oportunidad a lo demás. Estaba claro que los coches de ahora eran más cómodos y más seguros, las carreteras también habían mejorado considerablemente. Pero Teresa se había dado cuenta, de que ahora se viaja hacia adentro, si quieres no hablas con nadie durante tu viaje, hasta si pinchas o tienes algún percance el coche llama por ti a la grúa o la ambulancia, ni tienes que preparar la ruta, ni preguntar donde están los sitios porque tienes un gps, vas tan rápido que ni te fijas en el paisaje, te da igual la temperatura que haya porque tienes tu climatizador siempre dispuesto a darte la temperatura que desees.

En cambio, antes se viajaba más hacia afuera, ibas pendiente de los carteles o preguntabas a la gente para no perderte, mirabas el tiempo para saber cómo sería el viaje y a qué hora era mejor salir, ibas al taller para una puesta a punto, parabas más a menudo lo que implicaba conocer nuevos sitios, usabas más la memoria para no perderte constantemente, sabías de mecánica porque alguna avería podrías reparar solo.

Sin duda ponerse en la piel de su abuelo había sido revelador para ella, ahora sería capaz de valorar lo que tenía y para ver con otros ojos a su abuelo, le quería a rabiar, pero ahora aún le admiraba más. Le había gustado la experiencia más de lo que quería confesar, ahora solo le quedaba averiguar por qué ese coche era tan importante para su abuelo, pero ahora le tenía más cerca así que algún día lo conseguiría.

Cuando subió a su coche ese olor la envolvió, olor a coche nuevo y a una nueva Teresa. Fue a poner la música, pero no lo hizo, prefirió volver a casa como si no hubiera hecho ese recorrido mil veces, ahora iba con una mirada nueva y quería disfrutar del camino como si lo hiciera por primera vez.