Estaba siendo una noche increíble, Rocío no se acordaba cuando fue la última vez que salieron todos juntos, conseguir juntar a todos los amigos era misión imposible. Las risas, los bailes… sin duda estar con los amigos era recargar pilas para mucho tiempo y olvidarse de todo durante horas, la mejor medicina de todas frente a la tristeza.
Había visto que Jorge, su novio, empezó a beber copas de vino en la cena, así que ella prefirió no beber nada de alcohol para luego conducir hasta casa, la suerte era que vivían muy cerca uno del otro.
Cuando cerraron el último bar decidieron que ya era de volver a casa.
-Cariño dame las llaves del coche que yo no he bebido nada. -Le dijo Rocío a Jorge mientras le tendía la mano.
-No te preocupes que he llamado a un taxi. -le respondió Jorge
– ¿Cómo? ¿por qué? Pero si no he bebido nada, estate tranquilo. – Le explicó Rocío.
-Mira por ahí viene el taxi- le dijo Jorge parando el vehículo.
– ¿Prefieres dejar el coche aquí y tener que venir mañana a qué yo conduzca? – le contesto atónita y se quedó quieta mientras Jorge le abría la puerta del taxi.
-No es eso nena, así vamos los dos más tranquilos que estamos cansados. – le respondió con impaciencia porque el taxi estaba esperando.
-No he bebido en toda la noche para conducir tu coche, lo siento si no te fías de mí prefiero irme en otro taxi a mi casa. – le contestó Rocío con un tono serio.
-Muy bien, nena como prefieras, hasta mañana. – cerró la puerta del taxi, mientras Rocío se quedaba de pie en la acera, sola con su enfado.