-Lara, cuando puedas pon el intermitente para girar a la izquierda, tienes que avisar con tiempo para que los demás coches sepan lo que vas hacer- Le dijo Irene con tranquilidad.

Las clases de conducir estaban siendo geniales, Irene era muy amable y le explicaba todo de maravilla, era una gran profesora. La parte teórica había sido un poco aburrida, pero había aprobado a la primera, sin duda la recompensa era empezar a conducir. Esa hora era lo mejor del día.

¡Piiiiiiii!, sonó un claxon.

– ¡Cuidado! Lara, tienes que estar atenta cuando vayas a girar, tienes que mirar por el retrovisor exterior y para asegurarte por el de dentro. Ese coche casi se choca contra nosotras.

-Perdona Irene, son tantas cosas a tener en cuenta… te prometo que he mirado por el exterior y no le he visto.

Cuando el coche que casi se choca con ellas, porque iba muy pegado al coche de autoescuela, pasa por su lado se oye un grito:

– ¡Mujer tenías que ser! – mientras rebasaba el coche que conducía Lara, miró al copiloto y al ver a Irene dijo- y encima te enseña una mujer ¡vaya peligro!

Lara no supo como reaccionar y se empezó a poner roja no sabía si era rabia o vergüenza. Irene la miró con amabilidad y le dio nuevas instrucciones para continuar con su clase.

-Papá, ¿a qué hora tenías la cita del médico? – preguntó Lucía.

-La he cambiado a mañana por la tarde- respondió su padre.

-Anda y eso ¿por qué? Te iba a llevar yo, tenía el día libre. – contestó Lucía.

-Pero tu hermano no tenía libre y así me lleva él mañana. -le dijo su padre mientras se terminaba su café.

 

Lucía no supo ni qué decir y prefirió irse a su habitación. Estaba claro que su padre no se fiaba de ella con el coche, a pesar de que su hermano, no hacía mucho que se había dado un golpe.

Estaba siendo una noche increíble, Rocío no se acordaba cuando fue la última vez que salieron todos juntos, conseguir juntar a todos los amigos era misión imposible. Las risas, los bailes… sin duda estar con los amigos era recargar pilas para mucho tiempo y olvidarse de todo durante horas, la mejor medicina de todas frente a la tristeza.

 

Había visto que Jorge, su novio, empezó a beber copas de vino en la cena, así que ella prefirió no beber nada de alcohol para luego conducir hasta casa, la suerte era que vivían muy cerca uno del otro.

 

Cuando cerraron el último bar decidieron que ya era de volver a casa.

 

-Cariño dame las llaves del coche que yo no he bebido nada. -Le dijo Rocío a Jorge mientras le tendía la mano.

 

-No te preocupes que he llamado a un taxi. -le respondió Jorge

 

– ¿Cómo? ¿por qué? Pero si no he bebido nada, estate tranquilo. – Le explicó Rocío.

 

-Mira por ahí viene el taxi- le dijo Jorge parando el vehículo.

 

– ¿Prefieres dejar el coche aquí y tener que venir mañana a qué yo conduzca? – le contesto atónita y se quedó quieta mientras Jorge le abría la puerta del taxi.

 

-No es eso nena, así vamos los dos más tranquilos que estamos cansados. – le respondió con impaciencia porque el taxi estaba esperando.

 

-No he bebido en toda la noche para conducir tu coche, lo siento si no te fías de mí prefiero irme en otro taxi a mi casa. – le contestó Rocío con un tono serio.

 

-Muy bien, nena como prefieras, hasta mañana. – cerró la puerta del taxi, mientras Rocío se quedaba de pie en la acera, sola con su enfado.