Hoy os quiero contar la historia de tres familias que tuvieron un verano diferente, un verano inesperado.
La primavera de 2020 se quedó congelada, el mundo vivió un hecho insólito, nos paralizamos por un virus: el covid-19. Pero como seguramente lo viviste no me voy a detener en detalles, como que se acabó el papel higiénico, como que el humor y la esperanza eran nuestras mejores armas, que hubo mucha solidaridad y mucha generosidad… que vimos series y películas atrasadas de años, que leímos mucho e hicimos más deporte que en toda nuestra vida. Seguro que tendrás un montón de recuerdos de esos meses en casa sin poder salir o teniendo que salir por obligación.
Pero lo que nos ha traído aquí son las historias que a continuación te voy a contar. Igual en alguna te ves reflejado o te pasó algo parecido. Sea como sea a todos nos gustan las historias y cotillear la vida ajena. No hace falta que te declares cotilla, ya te lo cuento todo yo.
Te presento a Juan y Tamara, ellos son de Murcia y tienen tres hijos, Juan Junior de 10 años, Susana de 4 años y Marta que tiene un año y medio, si fuera una mamá te diría que tiene 18 meses. Son una familia feliz y llevaban 2 años ahorrando dinero para irse de crucero por las islas griegas, había ido la hermana y el cuñado de Tamara hacía unos años y seguían contando anécdotas de ese viaje. Juan le prometió a Tamara que irían, desde que se enamoró de ella era incapaz de negarle nada.
Pero… no se esperaban que llegará el coronavirus. Iban a ir en un crucero no muy grande, pero habían elegido camarote con vistas y era todo incluido, por unos días se iban a olvidar de comprar y cocinar. Llevaban unos meses de mucho estrés, ya que el negocio que tenían les iba viento en popa. Cuando dijeron que serían más de quince días sin salir de casa, Juan empezó a ver en peligro sus vacaciones soñadas. Y ¡vaya si peligraron! Después de meses de confinamiento la compañía del crucero les notificó que se posponían las fechas, les ofrecían un bono para usarlo en otro momento. Juan aceptó, ese viaje lo harían sí o sí, sin virus claro. Ahora le tocaba lo más difícil: contárselo a Tamara y a los niños.
Así que decidió ir a por unas hamburguesas, era para el plato favorito de los niños, tenía que dar la noticia cuando ellos estuvieran contentos.
Para sorpresa de Juan se lo tomaron todos muy bien, tanto fue así que su hijo mayor les propuso una idea:
–El verano pasado mi amigo Pablo estuvo en un camping y no paraba de contar un montón de aventuras. Me gustaría que fuéramos de camping. – Les propuso Juan Junior.
Era una gran idea pensó Juan y, por la cara que tenía, Tamara pensaba lo mismo. Ahí en la cocina decidieron que irían a un camping, los niños se pusieron a bailar y a cantar de la emoción, incluida la pequeña Marta que en cuanto escuchaba música se ponía a dar palmas.
Ahora tocaba preparar todo, iba a ser genial y sin duda una experiencia muy enriquecedora para toda la familia. Un compañero de trabajo de Juan le recomendó un camping de la sierra de Madrid. Iban a dormir fresquitos, había rutas por la montaña (a los niños ir a la montaña les iba a encantar) y las instalaciones eran muy completas con piscinas y un montón de actividades para los peques. Aunque ese verano sería algo diferente, sin duda era una buena opción. Ellos la playa la disfrutaban todo el año, les vendría genial otros aires, aires de montaña.
Al contar su idea para las vacaciones, entre sus familias y amigos les equiparon con todo lo necesario, les habían dejado tienda de campaña familiar y un sinfín de cosas muy útiles, tenían todo lo que necesitarían. Les quedaba comprar algún detalle, como linternas, cantimplora para las excursiones, alguna mochila y querían comprar una hamaca plegable para las siestas de verano.
Lo mejor sería hacer una lista, Juan adoraba las listas, le daban calma. Tendrían que llevar alguna manta por si refrescaba demasiado, ropa cómoda, productos de higiene personal, utensilios de cocina y no se podían olvidar las almohadas.
Y después de mucho preparar, llegó el día, ¡se iban de camping! Juan Junior, que había ayudado muchísimo, estaba emocionado. Colocar todo lo que necesitaban en el coche, fue otro cantar.
Aunque había intentado evitar los “por si acaso”, con niños y por primera vez en un camping, había sido misión imposible. Juan sabía que no era aconsejable llevar objetos sueltos por el coche, era muy peligroso en caso de accidente, lo mejor era llevarlo todo en el maletero bien colocado. Debía colocar lo grande y pesado al fondo, así no presionarían el resto de bultos y es más seguro, puesto que asienta el peso más abajo.
Haber jugado tanto al tetris estaba teniendo su beneficio. Cuando ya tenían todo cargado, aparecen Tamara con agua y Marta con su peluche favorito. Ya no cabía un alfiler en el maletero, tocaba aprovechar bien el espacio. El cochecontaba con muchos huecos portaobjetos por todo el habitáculo, así que sería buena idea emplearlos para alojar esos objetos y así liberar espacio en el maletero.
Después de cinco horas y media de viaje y dos paradas, habían llegado a su destino. El viaje se había dado genial. Juan Junior y Susana fueron jugando la mitad del camino, a un montón de juegos que habían encontrado en Pequevial y la otra mitad mirando el paisaje, Marta fue durmiendo casi todo el camino.
Por fin llegaron, les tocó esperar a la entrada para hacer el check-in, les asignaron una parcela, la toma de luz y les tocaba montar su hogar por una semana. Las montañas eran preciosas, la familia estaba muy ilusionada. Eran unas vacaciones improvisadas, pero serían inolvidables.
Ahora os voy a contar la historia de Roberto y Silvia. Son pareja desde hace 4 años y tienen un perrito que se llama Pongo. Son de Toledo. Habían pasado un confinamiento muy tranquilo, casi teniendo una luna de miel, viendo películas, series, leyendo mucho, hasta se habían aficionado al pilates. Estaban tele-trabajando desde casa y aunque no era lo mejor, sin duda se sentían afortunados porque en su empresa seguían contando con ellos.
El hermano de Silvia llevaba viviendo en Luxemburgo 3 años y su plan era ir a verle y aprovechar para hacer un recorrido por Alemania, iban alquilar un coche y recorrer las ciudades más importantes. Uno de los sueños de Silvia era conocer Berlín. Cuando su hermano se fue a vivir allí, le costó aceptar que no le vería tan a menudo y que lo echaría mucho de menos, pero sabía que era una gran oportunidad para él, así como tener una excusa para conocer Luxemburgo. Sin duda era un país desconocido, muy bonito y sorprenderte. Habían comprado los billetes de avión en el mes de febrero. Pero… no se esperaban que llegara el coronavirus. Ya en el mes de mayo, Silvia y Roberto imaginaban que sería complicado disfrutar sus vacaciones. No solo complicado sino irresponsable.
Decidieron cancelar su vuelo. Roberto sabía lo triste que estaba Silvia, no solo por no poder ir a conocer Berlín, sino porque llevaba muchos meses sin ver a su hermano y empezaban a pesar. Así que decidió sorprender a su chica, organizó una semana en un bungalow en un camping de la sierra de Madrid, con todas las comodidades: aire acondicionado, con cocina, su baño individual… había elegido el más bonito. Sabía que eso de ir de tienda de campaña a Silvia no le iba mucho. Además, su idea era llevarla de sorpresa a un musical. Ya había reservado las entradas y, parar cenar, un restaurante de lujo en una terraza de Madrid. Y sin que Silvia lo supiera, su hermano había conseguido un vuelo para ir ese fin de semana. Le iba a encantar. Eran unas vacaciones improvisadas, pero serían inolvidables.
Por supuesto Pongo iba con ellos, era uno más de la familia. Hacía tiempo habían comprado un transportín para llevarle en los viajes. Habían probado a llevarle con cinturón de seguridad en los asientos traseros, pero se ponía muy nervioso, alteraba al que iba conduciendo y Pongo lo pasaba mal. Decidieron probar el transportín y vieron que iba mucho más tranquilo y durmiendo casi todo el viaje. Como el maletero estaba abierto a la parte de los pasajeros, el aire acondicionado le llegaba también, o si se ponía nervioso le podían hablar. En los asientos traseros, en los que nadie viajaba, dejaban abrochados los cinturones de seguridad, porque en caso de colisión los cinturones sujetarían la carga del maletero y a Pongo.
Cuando Pongo iba con ellos, tenían que tener muy en cuenta dónde parar. Ya que la cafetería o bar donde pararan tenía que tener terraza, incluso así alguna vez no les dejaban estar con Pongo y se tenían que buscar otro sitio. Pongo necesitaba pasear un rato a mitad de camino, beber agua y hacer sus necesidades. Buscaban áreas de descanso con algo de césped o campo. Cuando tienes un perro te das cuenta que a veces se complica tu logística.
Y por último os presento a Eloy, un chico de Albacete que tiene 20 años. Es moreno, muy delgado y está estudiando para ser profesor de educación física. Ha conseguido unir sus dos pasiones, enseñar y el deporte. Cuando le ves tan delgado nada te haría sospechar la fuerza y la resistencia que tiene. Con 17 años realizó el curso de monitor de ocio y tiempo libre y desde entonces los meses de verano se va a trabajar a un hotel en la zona sur de España. Para él son como unas vacaciones pagadas. Está liado todo el día, pero siempre rodeado de niños y encima en primera línea de playa. Cada rato libre que tiene se va a la playa a disfrutar del mar, de su olor, de su color…
El año pasado Eloy trabajó con Fran, el granadino con más salero y gracia que había conocido, tenía un tacto especial con los niños y era un compañero muy generoso con todos. Eloy y Fran se gustaron mucho y pasaron un verano cambiando turnos, para poder pasar todo el tiempo posible juntos. Cuando acabó el verano se prometieron verse todo lo que pudieran, pero por las obligaciones y por el poco dinero que tenían, solo pudieron verse un puñado de veces. Eloy estaba deseando volver a trabajar en verano junto a Fran. Pero… no se esperaban que llegara el coronavirus.
Eloy tuvo que seguir estudiando durante el confinamiento y había sacado muy buenas notas. Le había costado adaptarse a estar en casa, a él que le encantaba salir con sus amigos, hacer todo tipo de deporte: correr todas las mañanas, balonmano, patinar los fines de semana, baloncesto… Tenía energía para repartir.
El virus se resistía a irse y estaba peligrando su verano. Decidió llamar al hotel para el que siempre trabajaba y le dijeron que este año como tenían menos aforo de clientes, no necesitarían a tanto personal. Por lo que no le iban a necesitar este año. Esas palabras para Eloy fueron como un jarro de agua fría. Cuando se iba a ir a dormir sonó el teléfono. Era Fran. Su Fran.
Tenía que hacerle una proposición, pero decente, no pienses mal. Fran también había llamado al hotel y le habían dicho lo mismo que a Eloy. Así que decidió buscar otra alternativa y buscar por los campings. Había escuchado, en el telediario, que estaba siendo una opción que muchas familias estaban escogiendo para pasar las vacaciones de ese verano.
En una de esas llamadas, le dijeron que sí, que necesitaban personal debido a la afluencia de más gente que de costumbre. Y había plaza para Eloy también.
-Eloy, ¿te vienes a trabajar a un camping de la sierra de Madrid? Seremos monitores y nos dan alojamiento. No es la playa, pero puede ser una aventura, ¿te apuntas? – le preguntó Fran con un tono de suplica.
Eloy no dudó en contestarle que sí, por supuesto. Era un verano improvisado, pero sería inolvidable.
Ahora tocaba preparar su moto. La iba a llevar al taller, después de tantos meses sin usarla no debía irse de vacaciones con ella sin revisar. Aunque no era un viaje muy largo debía ser precavido. También le pidió a su amigo Alberto que le dejará un top case, un baúl para la moto. Estuvo mirando vídeos en YouTube donde explicaban cómo doblar la ropa y sacar el máximo provecho al espacio que tenía. Dejó preparado y limpio su casco favorito y el que más le protegía, sin duda su mejor amigo en carretera. Tampoco se podía olvidar de su ropa de motero, sus pantalones y chaqueta reforzados. Eran un regalo de reyes de parte de sus padres, aunque les daba miedo la moto sin duda querían que su hijo fuera guapo y bien protegido. Aunque en verano le daban mucho calor sabía que era algo imprescindible cuando usaba la moto.
La moto le hacía sentir libre y le gustaba mucho. Le hacía disfrutar del viaje, parar en cualquier sitio. Y si quería ir al centro de la ciudad la moto era muy cómoda, fácil de aparcar. Viajar con la moto le había descubierto sitios mágicos e inesperados.
Veo una luz, es preciosa y cálida. Me dejo llevar hacía ella. Paso rápido por una rendija de la ventana y veo dos humanos y un perro. El perro intenta pillarme, pero yo soy más rápido y pequeño y tengo alas. Eso siempre es una ventaja cuando intentan atraparme. Están cocinando algo porque huele rico, me voy acercando a su mesa. Me apoyo en vaso con una bebida dulce y oscura, no sé qué es, pero me gusta.
¡Oh no, me han visto! Me intentan dar con un trapo, abren la puerta, la ventana… eso, eso, dejad abierto y que vengan mis colegas, si somos más no podréis con todos. Finalmente me quedo parado en las cortinas. Aquí no me buscarán, siempre funciona. Creo que me he dormido un rato y ya está todo apagado, la noche es el mejor momento para comer, nadie intenta atraparme o echarme. Los humanos, cuando se va el sol, se quedan atontados.
Sigilosamente pruebo a la humana, su brazo está delicioso, casi me pilla, se ha movido. Mejor voy a probar ahora al ser humano de al lado. Puag, sabe fatal, pero ¿qué es esto pegajoso? Ya me avisaron que a veces se echan un producto para que no piquemos. Pues sí, está asqueroso, mejor me voy volando a buscar más comida.
Revoloteo buscando una salida, veo otra rendija por debajo de la puerta, menos mal que soy pequeño y puedo salir sin problemas.
Hoy hay una pequeña brisa, pero no me desestabiliza el vuelo, la utilizo para llegar más lejos. Veo otra pequeña luz que se mueve muy rápido, voy a ir a investigar. Está casa es más pequeña y más bajita. Me cuesta encontrar una entrada, pero la luz que veo en el interior me gusta y sigo buscando. Por fin, alguien sale y puedo entrar rápido ya que vuelve a cerrar una fila de dientes de metal que se encajan. Espero que aquí dentro haya comida porque salir va a ser difícil.
Lo que veo dentro es un manjar. Un humano grande y tres humanos pequeños. Debo darme prisa para que el otro humano me pueda abrir y salir volando y no me pillen.
Empiezo por el humano más pequeño ellos no se dan cuenta casi nunca. Umm, está delicioso su pie. Sigo con los otros dos, en uno muerdo el muslo y en el otro el brazo que asoma entre las sábanas. Al humano grande no me da tiempo a morder, veo que se abre esa puerta blandita y me voy volando antes de que me atrapen. La verdad que estoy lleno.
Voy a investigar un poco más… veo más adelante a dos humanos grandes hablando con algunos más pequeños. Algo dicen de que mañana harán actividades divertidas para todos. Los humanos grandes se quedan charlando a la luz de la luna y las estrellas. Perfecto para mí, no tengo que colarme en ningún sitio. Al aire libre yo me camuflo muy bien. El olor de uno de ellos me atrapa, ese dulzor… se me hace la boca agua, debe estar riquísimo, voy a probar en el cuello, pero tiene el pelo largo y no puedo acceder bien, probaré en las manos o brazos, pero cuando habla los mueve mucho y me voy a marear, lo mejor será bajar hacía los pies, umm tiene las piernas sin tapar, aquí debajo de la rodilla es un sitio perfecto. Pues sí que está rico, mi olfato no me falla. Mientras hablan animadamente de todas las actividades que pueden hacer con los pequeños humanos aprovecho y picó varias veces más. No puedo evitarlo está tan rico…
Cuando ya he terminado estoy lleno, voy a reposar un poco. Mientras estoy descansando en un árbol apoyado, veo que se levantan y se van. Creo que por hoy será suficiente comida. Me dejo vencer por el sueño. Luego seguiré buscando comida, voy ahora a contar mis aventuras a otros mosquitos como yo.
En una pequeña radio se escucha la canción de los Doors “No me moleste mosquito”.
A la mañana siguiente sigo lleno, sin hambre, anoche me di un buen atracón. Mientras doy una vuelta me encuentro con los humanos que ayer probé. Están en una fila con un bote en la mano que pone: repelente de mosquitos.