Y tú ¿qué harías por los demás en Navidad?

¡Corre, corre! Siéntate, tómate un chocolate caliente o un té y prepárate para escuchar la historia de Sara.

Érase una vez una niña llamada Sara, era una niña alegre, generosa y feliz. Vivía en un pueblecito pequeño rodeado de bosques y lugares escondidos que parecía el hogar de los duendes y las hadas. Lo que más le gustaba era leer cuentos de aventuras y, por supuesto, salir a recorrer el pueblo con sus amigos.

El día 19 de noviembre era su 13 cumpleaños y su mayor deseo era una bicicleta, la marca le daba igual, sabía que no podría elegir mucho porque su familia estaba pasando una mala racha económica. Su padre estaba en el paro desde hacía meses y el trabajo de su madre daba para cubrir gastos, pero nada de lujos. A su temprana edad ya había aprendido que el dinero era algo necesario para vivir, que va y viene, pero lo importante para ser feliz ya lo tenía: su familia y amigos.

La mañana de su cumpleaños bajó corriendo por las escaleras hasta llegar a la cocina, siempre desayunaban juntos en los días especiales en su casa reinaba la magia. Había globos, un pastel, pero ningún regalo… se disgustó y obviamente se fue al cole triste, pero entendiendo que este cumpleaños tendría que ser así.

Por la tarde cuando llegó a casa estaba toda su familia, sus tíos, abuelos, primos y por supuesto, sus padres con una gran sonrisa. Y ahí estaba la bicicleta más bonita que se podía imaginar. Entre todos habían comprado una bicicleta perfecta. No se lo podía creer, tenía regalo y encima lo que más quería.

Todos le animaron a salir para probarla pero Sara se dio cuenta que le faltaba algo muy importante, no tenía casco, ni luces, ni kit para reparar un pinchazo… y así no se sentía segura. Sus padres siempre le habían inculcado ser responsable y al igual que le habían hablado de los peligros del alcohol, de internet, de hablar con desconocidos. Y por supuesto a como desenvolverse en la ciudad, siempre le habían enseñado a ponerse el cinturón cuando iba en el coche, a mirar antes de cruzar por un paso de peatones… saber convivir e interaccionar en la ciudad era muy importante para evitar accidentes.

Sus padres no dijeron nada, porque siempre habían educado a Sara para que fuera una persona que tomara sus propias decisiones en base a la información que tenía y así lo hacía ella. No podían comprarle más cosas al menos por ahora, la bici había supuesto un gran esfuerzo a pesar de contar con la ayuda de todos. Su abuelo le contó que, cuando era joven, él iba a buscar al pueblo de al lado a su abuela en bici y sin cascos y esas tonterías de ahora…

Durante los días siguientes sus amigos iban a buscar a Sara a casa para que fueran todos juntos a recorrer el pueblo con sus bicis. Pero Sara siempre respondía lo mismo: que sin casco y sin luces no quería ir pero que podían hacer otros planes.

Sus amigos preferían ir en bici y no entendían que el casco fuera algo tan vital. Veían a Sara como una egoísta porque por fin tenía bici y no la quería usar y no quería que la usaran los demás. Habían esperado mucho a que todos tuvieran bici, así que ahora no se iban a quedar sin hacer planes, por lo que Sara se quedaba en casa sin salir.

Sara no se enfadaba, era su decisión y cuando tuviera casco, disfrutaría de las rutas que hacían sus amigos ahora. Pero se sentía sola y triste.

Así pasaban los días y Sara solo veía a sus amigos en el cole y como contaban anécdotas en las que ella no estaba, pues se quedaba un poco aislada.

 

Un día, su amiga Olga llegó al cole con la pierna escayolada, se había caído con la bici y se había roto el tobillo, raspado la pierna y tenía algunas heridas en la cara. Menos mal que llevaba casco y el golpe, con la piedra que había en el camino, no se lo dio su cabeza. De repente, Olga entendió a Sara.

Sara empezó a hacer compañía y llevar los deberes a Olga, sabía que estar en casa sola y encima con el pie mal, no sería fácil. Juntas pasaban las tardes estudiando y contándose confidencias.

Unos días después, Olga se atrevió a preguntar a su amiga, si no estaba enfadada con ellos. Sara le dijo que no, que eran sus amigos y que la decisión de no salir era de ella. Olga se sentía fatal, ya que no habían tenido en cuenta como se sentiría Sara de sola, podían haber salido algún día con la bici y otros hacer planes que pudieran ir todos, los egoístas habían sido ellos, pero hasta que no se vio en una situación similar no se dio cuenta.

Olga le pidió perdón muchas veces, las mismas que le dio las gracias por hacer su reposo más llevadero. Y se le ocurrió una gran idea, tendría que hablar con sus amigos para organizarlo.

Así fueron pasando las semanas y se acercaban a finales de diciembre. Olga aprobó todas las asignaturas, en parte gracias a su amiga, que hizo que llevará todo al día.

 

El día 24 de diciembre amaneció todo el pueblo nevado, lo que aumento aún más la ilusión de los niños, iban a cantar villancicos que llevaban más de un mes ensayando, delante de todo el pueblo. Entre juegos con la nieve y los nervios de la actuación, fue un día genial y agotador a partes iguales.

Cuando todo terminó, cada familia se fue a su casa a preparar la cena de nochebuena. Todos, menos los amigos de Sara. Que fueron a casa de su amiga. Llamarón a la puerta, cuando el padre de Sara abrió no pudo contener la sonrisa y llamó su hija para que fuera enseguida.

Todos gritaron ¡Feliz Navidad! Y ofrecieron a Sara una caja envuelta en papel precioso de renos. Cuando abrió el regalo una lágrima recorrió su rostro, en ella había un casco, luces y un chaleco reflectante para la bici, lo cogió y vio que estaba escrito por detrás su nombre y su peña “Los seguros, los seguros que no pillas” en ese momento todos se dieron la vuelta y tenían puesto cada uno su chaleco.

Sara se echó a llorar, juntos hicieron una piña y se abrazaron. Ahora Sara saldría con sus amigos y vivirían grandes aventuras.

Los padres de Sara que vieron todo, apoyados en el quicio de la puerta, entendieron lo que significa el espíritu navideño y la magia de la Navidad.